Hoy me senté a revisar el calendario y me di cuenta de algo que me llevó a pensar con un poco de culpa: este es el segundo newsletter… y hoy debería estar enviando el tercero. Entre una cosa y otra, se me pasó. Y no por falta de interés, ni de ideas, sino porque —como a muchxs— la vida a veces se nos pasa por encima. Nos dejamos llevar por la rutina, por las urgencias, por el modo piloto automático que activa una especie de hacer constante pero muchas veces desconectado del deseo.
Esta pequeña demora, sin embargo, me sirvió de señal. Me hizo pensar en cómo la creación —la que nace desde lo profundo, desde lo sensible, desde el deseo real de compartir algo con otrxs— necesita de otro tipo de tiempo. Un tiempo menos rígido, menos demandante, menos productivista. Un tiempo que, paradójicamente, nos cuesta mucho habilitar.
Por eso, este segundo envío quiere hablar justamente de eso: del tiempo. O mejor dicho, de la falta de tiempo que enfrentamos quienes trabajamos en el campo de las artes visuales, y de por qué es urgente repensar nuestra relación con él si queremos sostener prácticas artísticas significativas y sostenibles.
LA TRAMPA DE LA CREACIÓN CONSTANTE
La creación artística exige tiempo. No cualquier tipo de tiempo, sino uno que permita la porosidad, la pausa, la escucha, el ensayo, el error, el ocio y la relación con otros cuerpos y discursos.
Sin embargo, en el ecosistema actual de las artes visuales —atravesado por la lógica neoliberal de la autoexplotación, la visibilidad constante y la competencia—, ese tiempo escasea.
Muchos artistas visuales sienten que no pueden “parar”. Parar a leer, parar a mirar, parar a no hacer. Se les exige estar en constante producción, mostrando obra nueva en redes, participando en convocatorias, manteniendo presencia en la escena, mientras intentan sostener la economía de sus prácticas. En este marco, la creación no se permite ser errante, intuitiva ni reflexiva. No hay tiempo para procesar lo vivido ni para revisar críticamente lo hecho. Como en una fábrica, cada día debe haber algo “nuevo” que mostrar.
Esta presión constante ha afectado no solo las dinámicas de trabajo, sino también las formas en las que pensamos la producción artística. Se ha desdibujado la noción de proceso y, en cambio, se exalta el resultado final, muchas veces descontextualizado de su matriz simbólica. Pero la creación visual no es producción en serie. Es, o debería ser, una práctica que pone en juego formas de mirar, de narrar y de vincularse con el mundo.
Frente a este panorama, plantear la idea que la interrupción como una forma de generar pensamiento y, por lo tanto, como una vía legítima para la creación artística es clave. El acto de interrumpir - gran concepto propuesto por Andrea Soto Calderón y que segun la RAE está relacionado con “Cortar la continuidad de algo en el lugar o en el tiempo” —es esa pausa que parece contradecir la lógica del flujo continuo de imágenes y contenidos, es lo que permite que algo verdaderamente nuevo pueda emerger.
No se trata de agregar más contenido a un mundo ya saturado, sino de abrir espacios donde la mirada pueda reposar, perderse, pensar. Interrumpir no es detenerse por inercia o cansancio, sino por necesidad: la necesidad de dejar entrar lo desconocido, lo no resuelto, lo que aún no tiene forma. La interrupción, en este sentido, es un gesto político y poético. Es un modo de resistir a la aceleración y reclamar el derecho al pensamiento como parte constitutiva de la práctica artística.
¿Dónde queda la reflexión si no hay tiempo para detenernos? ¿Cómo generar imágenes verdaderamente potentes si no podemos siquiera observar con detenimiento lo que ya hemos hecho? La imagen se ha vuelto casi sinónimo de contenido, pero la imagen artística requiere elaboración, profundidad, relaciones, capas.
En palabras de Soto Calderón, la imagen no es solo lo que se ve, sino lo que hace ver.
Para eso, debe haber espacio para que lo invisible se vuelva visible. Y eso requiere tiempo.
REDES ESPEJISMO Y LA EROCIÓN DEL DESEO
El malestar no termina en la falta de tiempo. Se potencia —y se confunde— con la percepción de que otros sí pueden. Las redes sociales han instalado un espejo deformante: en él, los artistas (los “otros”) parecen estar siempre produciendo, exponiendo, ganando becas, siendo seleccionados, vendiendo obra. Mientras tanto, del otro lado de la pantalla, muchos sienten que su trabajo no interesa, que nadie los ve, que todo esfuerzo es en vano.
Esta percepción distorsionada no es menor. Genera un estado de frustración constante que paraliza y erosiona el deseo de crear. Se instala la idea de que si no se “triunfa” rápido, es porque algo está fallando. Pero ¿qué pasa si nos detenemos a cuestionar el modelo de éxito que consumimos diariamente?
La paradoja es cruel: mientras se exalta el éxito inmediato, lo que verdaderamente sostiene una práctica artística es la comunidad, el tiempo compartido, la conversación entre pares, los procesos colaborativos, el ocio como espacio de generación de sentido. En pocas palabras: lo que no se muestra en redes.
Frente a este panorama, urge reapropiarnos de nuestros tiempos. No solo del tiempo productivo, sino también del improductivo. Del tiempo que no rinde frutos visibles. De ese tiempo en el que pensamos sin saber aún para qué. En el que caminamos, leemos o simplemente nos aburrimos. Porque también ahí nace la imagen. También ahí se gesta el sentido.
UNA INVITACIÓN A LA PAUSA
Acá no pretendo romantizar la falta de ritmo o la desorganización. Tampoco niega la necesidad de visibilidad o de reconocimiento en el campo del arte. Pero sí busco desplegar una reflexión colectiva sobre las condiciones de creación actuales, sobre lo que estamos perdiendo al correr detrás de una lógica que nos es ajena.
Invito a pensar juntos: ¿Qué pasaría si hiciéramos de la interrupción una metodología? ¿Qué pasaría si dijéramos que no a ciertas dinámicas para poder abrir otras? ¿Cómo podemos proteger nuestros procesos y construir, desde ahí, relaciones más sanas con el arte y con quienes lo hacen?
Es tiempo de desacelerar (en lo posible ) No como gesto romántico, sino como estrategia creativa, artística, política y vital
Si en este piloto automático de la productividad no sabes por dónde comenzar a “parar para pensar” Te sugiero empezar a caminar. Esta práctica, valorada desde los filósofos griegos hasta escritores modernos, transforma el acto de caminar en una herramienta poderosa para el pensamiento y la expresión artística
Acá un muy buen artículo sobre el acto de caminar y cómo nos ayuda a pensar
¡GRACIAS POR LLEGAR HASTA ACÁ CON LA LECTURA! je!
Salió un texto mucho más largo de lo que imaginaba. Espero que lo hayas disfrutado así como yo escribiéndolo ;)
Me encantaría saber tu opinión. Aunque sea unas pequeñas lineas y asi, de alguna manera, entablar una comunicación. Que podamos generar una comunidad que reflexione sobre las artes visuales en su más grande expansión de temáticas.
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